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Babel, look at me now | Maggie
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Babel, look at me now | Maggie
Boow Worms | 16:50 | Maggie Aldrich
- Te tienes que llevar este también, te va encantar, lo juro! - comentaba, entusiasmada, mientras colocaba un libro más sobre la pila enorme que Maggie tenía que soportar sobre sus brazos. En mala hora le había pedido que le recomendara un libro. La castaña se había apresurado a salir del mostrador y recorrer el acogedor local de un lado para otro, buscando esas pequeñas obras maestras que la habían enamorado desde la primera página. Desde Huxley a Dickens pasando por Joyce y Proust, había depositado toda clase de libros sobre los brazos de su amiga. Y para cuando se quiso dar cuenta, ya eran demasiados. Tantos, que la joven pensaría que lo que quería hacer era la venta del mes y no recomendarle un par que estuvieran bien.
Se detuvo al fin en su infatigable búsqueda para darse media vuelta y tomar la mitad de los libros que la periodista lograba sostener muy a duras penas. - Buf... me he pasado un poco, no? - esbozó una sonrisa de disculpa y acto seguido se dirigió hacia el mostrados, donde depositó la pesada carga. - No hace falta que los compres todos, eh? De hecho... más de la mitad los tengo yo en casa, te los puedo prestar. - se estaba dando cuenta de que tal vez la había asustado y era su modo de enmendarlo. - ¿Un poco de té? - era costumbre en aquella pintoresca librería ofrecer té a los clientes, por lo que el local siempre tenía ese característico olor a tinta, papel viejo, galletas y té recién hecho. - Olvidaba preguntarte qué tal todo por la redacción. ¿Ya te han llamado del New York Times? - conocía el poco entusiasmo de su amiga por su pueblo natal y sus deseos de prosperar en su carrera, por lo que la broma iba claramente con segundas.
Se detuvo al fin en su infatigable búsqueda para darse media vuelta y tomar la mitad de los libros que la periodista lograba sostener muy a duras penas. - Buf... me he pasado un poco, no? - esbozó una sonrisa de disculpa y acto seguido se dirigió hacia el mostrados, donde depositó la pesada carga. - No hace falta que los compres todos, eh? De hecho... más de la mitad los tengo yo en casa, te los puedo prestar. - se estaba dando cuenta de que tal vez la había asustado y era su modo de enmendarlo. - ¿Un poco de té? - era costumbre en aquella pintoresca librería ofrecer té a los clientes, por lo que el local siempre tenía ese característico olor a tinta, papel viejo, galletas y té recién hecho. - Olvidaba preguntarte qué tal todo por la redacción. ¿Ya te han llamado del New York Times? - conocía el poco entusiasmo de su amiga por su pueblo natal y sus deseos de prosperar en su carrera, por lo que la broma iba claramente con segundas.
Layla J. Stevens- Descendiente de Extranjeros.
Re: Babel, look at me now | Maggie
Maldita la hora en la que se le había ocurrido visitar la librería. Maldita la hora en la que se había quedado sin libros interesantes para leer en sus ratos libres -si es que los tenía, que a veces ni eso-. Y maldita la hora en la que le había pedido consejo a Layla. - Sí, sí, vale, gracias... -con tantos libros en sus manos, tan solo tenía tiempo para ir asintiendo con la cabeza y a pronunciar monosílabos, antes de que la joven pusiera de nuevo otro libro en sus brazos, haciendo que la montaña creciera cada vez más, y que sus brazos acabaran por temblar debajo de tanto libro. - ¿Sabes? Creo que es mejor si dejamos los libros un momento. Mis brazos están empezando a moverse solos y van a soltar los libros en el suelo dentro de poco. -Masculló con un ligero gemido lastimero. Eso de no hacer ejercicio nunca pasaba factura en ese momento.
Dejó sus brazos descansar sobre el mostrador de la tienda, suspirando con algo de exageración. Porque a veces podía ser una exagerada cada vez que quería. - No, tranquila, no es para tanto. Al menos así podré hacer ejercicio con los brazos, ¿no? -Comentó encogiendo levemente los hombros, dando golpecitos con sus dedos en uno de los tomos que se aventuraba a comprar. - No pasa nada, quiero comprarlos. Supongo que después no tendré que preocuparme si me olvido de devolverte los libros. Además, el último regalo de mi querido papá es una auténtica tarjeta de crédito. Él sí que sabe intentar ganarse mi cariño. -Comentó sacando la tarjeta del bolsillo de su cazadora, levantando las cejas. Layla -y bastante más gente- sabía de la tensa relación que Maggie tenía con su padre, y de los comentarios que la joven hacía sobre ello. Casi se podía decir que aquel era su única faceta oscura, su padre. Asintió con la cabeza y con una media sonrisa. - Sí, gracias, me encantaría. -Comentó paseando la mirada por la tienda, como siempre hacía. Soltó una carcajada al escuchar su pregunta. - No, todavía no. Aunque cuando lo hagan serás la primera en enterarte. Todavía estoy intentando que me publiquen el artículo sobre la escandalosa inversión del gobierno de la ciudad en edificios religiosos. Unos quieren llenar la ciudad de iglesias y otros no quieren construir ninguna. Aquí nadie se pone de acuerdo y después nadie sabe explicar por qué hay tantos desacuerdos en el mundo de la política. -
Si algo había en la ciudad que sacara de quicio a Maggs, eso era la política, el único mundo en el que se movía la ciudad entera. Desacuerdos y más desacuerdos que solo llevaban a disputas entre los distintos partidos. Y nadie que les hiciera entender sus errores.
Dejó sus brazos descansar sobre el mostrador de la tienda, suspirando con algo de exageración. Porque a veces podía ser una exagerada cada vez que quería. - No, tranquila, no es para tanto. Al menos así podré hacer ejercicio con los brazos, ¿no? -Comentó encogiendo levemente los hombros, dando golpecitos con sus dedos en uno de los tomos que se aventuraba a comprar. - No pasa nada, quiero comprarlos. Supongo que después no tendré que preocuparme si me olvido de devolverte los libros. Además, el último regalo de mi querido papá es una auténtica tarjeta de crédito. Él sí que sabe intentar ganarse mi cariño. -Comentó sacando la tarjeta del bolsillo de su cazadora, levantando las cejas. Layla -y bastante más gente- sabía de la tensa relación que Maggie tenía con su padre, y de los comentarios que la joven hacía sobre ello. Casi se podía decir que aquel era su única faceta oscura, su padre. Asintió con la cabeza y con una media sonrisa. - Sí, gracias, me encantaría. -Comentó paseando la mirada por la tienda, como siempre hacía. Soltó una carcajada al escuchar su pregunta. - No, todavía no. Aunque cuando lo hagan serás la primera en enterarte. Todavía estoy intentando que me publiquen el artículo sobre la escandalosa inversión del gobierno de la ciudad en edificios religiosos. Unos quieren llenar la ciudad de iglesias y otros no quieren construir ninguna. Aquí nadie se pone de acuerdo y después nadie sabe explicar por qué hay tantos desacuerdos en el mundo de la política. -
Si algo había en la ciudad que sacara de quicio a Maggs, eso era la política, el único mundo en el que se movía la ciudad entera. Desacuerdos y más desacuerdos que solo llevaban a disputas entre los distintos partidos. Y nadie que les hiciera entender sus errores.
Última edición por Maggie E. Aldrich el Lun Feb 17, 2014 11:57 am, editado 1 vez
Maggie E. Aldrich- Invitado
Re: Babel, look at me now | Maggie
A veces Layla no era consciente de lo pesada e insistente que podía resultar ser. Era una cansina, tenía que reconocerlo. Si no, se habría limitado a recomendar un par de libros en lugar de llenar los brazos de su amiga de ejemplares. Por suerte para ella, Maggie y su círculo de amistades en general le tenían una paciencia infinita y aguantaban sus arrebatos de entusiasmo con buen humor. Si no... otro gallo cantaría.
- Lo que te gastas en libros te lo ahorras en gimnasio. - contestó, sonriendo ampliamente. Quien negara que levantar los siete tomos de En busca del tiempo perdido no era más cansado que ejercitarse con pesas, mentía descaradamente. O al menos, esa era la opinión de Layla. -Si te olvidas devolvérmelos ni siquiera me daré cuenta, sabes? - y era completamente cierto. Tenía un millón de libros desperdigados por todas partes de la casa, hasta en el cuarto de baño, y todos estaban desclasificados. Simplemente los iba amontonando donde podía, para desgracia de sus compañeros de piso. Al ver la flamante tarjeta de crédito no pudo evitar abrir los ojos como platos. - ¡Mi jefe me va a adorar, Maggie! - exclamó, entusiasmada. Iba a hacer la venta del mes, y es que en Holywell, aparte de los alumnos de literatura y sus profesores, no había un gran entusiasmo por la lectura, aunque sí por los discos antiguos que también tenían ocasión de vender. - Oye, si te la dá... pues está para usarse, no? - ella tenía la suerte de tener a su madre casi como su mejor amiga, a diferencia de Maggie, que llevaba una relación de lo más tirante con su padre.
Sirvió dos tazas de té negro y a continuación acercó un pequeño azucarero de porcelana blanca al centro del mostrador. Echó azúcar en su taza hasta que hizo isla, y es que a ella le gustaba el té muy pero que muy dulce. Mientras Maggie le iba contando todo lo del periódico ella iba pasando por el escáner de la caja registradora todos los libros que finalmente la chica compraría. - Eso espero. - dijo, con una sonrisa. Leía siempre todos los trabajos de la chica, y es que podía considerarse una orgullosa admiradora de sus artículos. - Todo ese dinero deberían invertirlo en arreglar la escuela de primaria. ¿Has visto cómo está? Se cae a pedazos. Es horrible, además de que no tenemos nada de estabilidad... en cuanto hay un cambio de gobierno todo se pone patas arriba para enmendar lo que hizo el anterior. - tal vez por eso ella no se había decantado por ninguno de los partidos. Era una indecisa en cuanto a política, pues realmente ninguna opción terminaba de convencerla. Pero el abstenerse a la hora de votar no era una opción, no allí. Te miraban como si fueras un hereje o algo por el estilo.
- Lo que te gastas en libros te lo ahorras en gimnasio. - contestó, sonriendo ampliamente. Quien negara que levantar los siete tomos de En busca del tiempo perdido no era más cansado que ejercitarse con pesas, mentía descaradamente. O al menos, esa era la opinión de Layla. -Si te olvidas devolvérmelos ni siquiera me daré cuenta, sabes? - y era completamente cierto. Tenía un millón de libros desperdigados por todas partes de la casa, hasta en el cuarto de baño, y todos estaban desclasificados. Simplemente los iba amontonando donde podía, para desgracia de sus compañeros de piso. Al ver la flamante tarjeta de crédito no pudo evitar abrir los ojos como platos. - ¡Mi jefe me va a adorar, Maggie! - exclamó, entusiasmada. Iba a hacer la venta del mes, y es que en Holywell, aparte de los alumnos de literatura y sus profesores, no había un gran entusiasmo por la lectura, aunque sí por los discos antiguos que también tenían ocasión de vender. - Oye, si te la dá... pues está para usarse, no? - ella tenía la suerte de tener a su madre casi como su mejor amiga, a diferencia de Maggie, que llevaba una relación de lo más tirante con su padre.
Sirvió dos tazas de té negro y a continuación acercó un pequeño azucarero de porcelana blanca al centro del mostrador. Echó azúcar en su taza hasta que hizo isla, y es que a ella le gustaba el té muy pero que muy dulce. Mientras Maggie le iba contando todo lo del periódico ella iba pasando por el escáner de la caja registradora todos los libros que finalmente la chica compraría. - Eso espero. - dijo, con una sonrisa. Leía siempre todos los trabajos de la chica, y es que podía considerarse una orgullosa admiradora de sus artículos. - Todo ese dinero deberían invertirlo en arreglar la escuela de primaria. ¿Has visto cómo está? Se cae a pedazos. Es horrible, además de que no tenemos nada de estabilidad... en cuanto hay un cambio de gobierno todo se pone patas arriba para enmendar lo que hizo el anterior. - tal vez por eso ella no se había decantado por ninguno de los partidos. Era una indecisa en cuanto a política, pues realmente ninguna opción terminaba de convencerla. Pero el abstenerse a la hora de votar no era una opción, no allí. Te miraban como si fueras un hereje o algo por el estilo.
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